retrospectiva de una vida... Breve
Hace mucho tiempo atrás un joven solitario, callado, tímido y poco sociable se acercó a su colegio un viernes por la tarde, había aceptado la invitación a una propuesta distinta en compañía de otros jóvenes.
En una tarde que transcurrió entre bromas, dinámicas y un pequeño espacio de reflexión, iniciaría un camino lleno experiencias y acontecimientos... altos y bajos... encuentros y desencuentros. Una gran cantidad de vivencias que le permitieron abrir los ojos ante realidades ocultas o poco cercanas, enfrentar miedos y fantasmas y durante el proceso ir ayudando a otros que como él pasaban situaciones similares.
El camino que se inició aquel viernes en la tarde en compañía de muchos, fue evolucionando; durante el recorrido algunos no se identificaron, otros encontraron sus respuesta fuera de ese espacio y hubo algunos que no lo necesitaron.
Pero este chamo se fue haciendo persona dentro de aquel ambiente de formación alternativa, reconociendo en el otro un complemento y compañero para el largo camino de la vida, contrastando lo aprendido en el hogar —en oportunidades afirmando, en otras negando— pero siempre apuntado a la superación.
Aquello que se inició un viernes progresivamente fue ganando espacios de su tiempo y no era una carga, era una oportunidad para abrir infinitas puertas.
El colegio llegó a su fin, pero allí estaba ese espacio... un refugio, no para esconderse —aunque a veces lo fue— era aquel lugar donde sus problemas se compartían, se hablaban o se escuchaban...
Llegó la universidad y con ella el desenfreno... parrandas, cigarros, domino, entre otros, un libertinaje en todo el sentido de la palabra... pero algo necesario visto a la distancia. Durante ese Highway to hell, el espacio de los viernes perdió sentido, ahora era aburrido.
Sin embargo, otro viernes cualquiera de ese año de marcha pasó un día por su antiguo colegio y el cansancio producto del vértigo le indicó que era momento de pasar el próximo viernes por la tarde por aquel lugar y re orientar la búsqueda.
Una vez más, rodeado de sus amigos tomó la importante decisión de encaminar su vida fuera del lugar de nacimiento, el cual se había convertido en una asfixiante jaula de cristal. El norte quedó fijado para el centro vital de su país... un mundo extraño, violento, movido, aparente, real, rico, pobre y mil adjetivos más.
Otros aires, otra realidad pero la esencia del espacio vespertino de los viernes lo acompañó. Aquello iba en su ropa, en su hablar, pensar, mirar... y porque no el hecho de cargarla con cierta frecuencia, pero con la oportunidad de encontrar un gesto o una palmada de apoyo para decir ya tendremos una oportunidad de mejorar.
Lo intangible de los viernes, y lo más importante, lo acompañó durante los mejores cinco años de su vida... Ese espíritu le permitió contra todo pronóstico, inclusive el propio, concluir su carrera universitaria, finalizar un proyecto y finalizarlo con éxito. El esfuerzo de muchos que lo acompañaron le dio la fuerza para sobreponerse a las dificultades.
Y, una vez más, gracias al aura de los viernes por la tarde consiguió un trabajo, su primer reto profesional. Esa novel experiencia laboral le permitió conocer realidades allende de sus fronteras y reconocer en otros panoramas de una Latinoamérica que se parece mucho en distintas partes.
Aquel viernes en la tarde fue a mediados de un octubre de 1993, en un aula del colegio San Pedro, en su natal Barquisimeto. Hoy a principios de marzo 2009 se inicia otro capítulo de la historia de ese pana en la cual Huellas, como vinculación directa parece acabar. Sin embargo, lo místico de los viernes por la tarde siempre lo acompañará y rondando por Venezuela siempre existirá un rostro que le recuerde todo lo intensamente vivido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario