En el transcurso de la vida se van superando etapas y en ese proceso se requieren explorar otros horizontes, llenos de retos y nuevas experiencias. Un conjunto de exigencias novedosas que apuntan a la superación personal y al crecimiento interior.
La vida me presentó a mediados del mes de febrero la oportunidad de seguir acumulado haberes por otros senderos, una prueba para colocar mis conocimientos, vivencias y aprendizajes al servicio de otros, en situaciones distintas y ante otras dificultades.
El Servicio Jesuita a Refugiados significó y significará el espacio en el cual los fríos conocimientos adquiridos durante mi formación académica fueron puestos al funcionamiento de la construcción de un mundo más humano, un mundo más justo y fraterno.
Fue para mí un honor haber trabajado con sujetos comprometidos y dispuesto, aún ante los retos más exigentes y duros, a llevar un mensaje de esperanza, una esperanza que se fortalece ante las dificultades y renace al extender la mano en señal de amistad.
Muchas veces con mil derrotas y una victoria fui testigo de esfuerzos inmensos delante de la inmensidad por cambiar situaciones llenas de dolor, amargura y rabia ante una indolente indiferencia de muchos, más bien demasiados, pero con cada nuevo amanecer la posibilidad de torcer el destino se renovaba.
Ante la soledad el acompañamiento, ante la humillación el servicio y ante la injusticia la defensa. Creo que eso es el mayor aprendizaje que me llevo de mis compañeros que son los que hacen del SJR una experiencia inigualable.
Mañana habrá personas e historias a la espera de recibir una señal, una señal que les dé la oportunidad de continuar para superar el dolor y las heridas sanar. Y, mañana ustedes saldrán, como todos los días, a ser instrumentos de esa señal.
El adiós se verá recompensado con la llegada de nuevas ideas, más ímpetu y nuevos compromisos. Necesarios, por demás, ante una realidad que se rearma y se transforma.
Gracias amigos por la compresión, la paciencia y la apuesta.
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