Bajo el inclemente calor madrileño empiezo a realizar un repaso de la experiencia que ha sido este viaje, en el cual he tenido la oportunidad de visitar algunos lugares de Europa y tener, de primera mano, impresiones muy variadas sobre la situación que vive el viejo continente, experimentar fugazmente su día a día, deleitarmer con la oferta cultural de estos lados y sobre todo sentir algo distinto.
Ya en la entrada anterior hablé un poco de la experiencia francesa, una mínima muestra de las delicias que ofrece el país centro europeo.
En esta oporunidad, y muy a destiempo, tocará la segunda parte del viaje que incluyó Liège, Colonia, Bruselas y Amsterdam, una experiencia al mejor estilo de los cuadros de Van Gogh: fuertes, intensos, variados en colores y sobre todo emotivos.
Liège fue la primera parada en el itinerario, entre el 05 y el 10.08, la quinta ciudad belga nos recibió con simpátia y frescura. La enclave industrial no tiene el lujo o la opulencia parisina o el encanto de Rouen, sin embargo, posee un clima humano distinto, personalmente pienso que los belgas son más relajados y desenrrollados que los franceses.
El Río Meuse atraviesa la ciudad, la estación de trenes (que tiene más parecido a una estación espacial que otra cosa), su elevado número de iglesias son una parte mínima de lo que ofrece la ciudad, una de las menos turísticas del periplo. Sin embargo, tengo que quedarme con la actitud de las personas, más que con los aspectos físicos que se podían observar en ella.
El 10.08 dejamos Liège para visitar la ciudad alemana: Colonia. Nada más al llegar la catedral capta la atención de miles de personas que llegan al lugar, darle adjetivos a la casa de encuentro con dios sería insultarla, vean ustedes a que me refiero, además, mi compañera y yo paseamos por la rivera de Rhin y ahí comimos, en un intento fallido de almuerzo romántico.
Fue una visita relámpago por tierras germanas, en las que deambular por sus calles fue un placer. Nota: las alemanas me parecen la más lindas de estos lares y en son personas muy simpáticas.
De tierras germanas arrancamos para la capital de la zona Euro, Bruselas, una ciudad espectacular. Combinación perfecta entre la belleza e historia de París, personas súper amables y la dinámica de una ciudad pequeña.
La impresionante Plaza de los Palacios, el museo de René Magritte, las instalaciones de la Comunidad Europea, la inmensa cultura cervecera de la ciudad, el niño que orina, El Palacio Real y muchas otras cosas de la pequeña gran capital me cautivaron. Creo que Bruselas me sususrró al oído "vente, aquí puedes encontrar algo mejor".
El norte de europa se cerró con la visita a la capital holandesa, ciudad que esperaba que me recibiera con tulipanes a la salida del tren y llena de hombres y mujeres amigables: DESPIERTA ESO ES UNA IMAGEN FALSA.
Amestardam es una cudad para visitar en plan de farra hardcore e ir dispuesto a la destrucción. Lo que me llamó más la atención y es algo que no ocurre con París, Barcelona o Madrid es que la ciudad es una marca I AMestardam lo caul demuestra un nivel de ingenio alto. Pude ser, como decía mi compañera, que no ibamos pendeientes de unos coffe shop o realizar turismo sexual, la ciudad no fue la mayr cosa. Es posible.
Pero, más allá de eso, esta parte del viaje representó el concepto que, en lo personal, tenía de Europa: la posibilidad de viajar con facilidad por diversas zonas, con muchos contrastes entre sí
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