El 23.09.10 en el estadio Olímpico de la Ciudad Universitaria, 9:15 pm, el pitido inicial encendió la algarabía de los miles de fanáticos que acudieron para apoyar al Caracas FC en la lucha por conseguir el pase a la siguiente ronda de la Copa Sudamericana contra el Santa Fe de Bogotá. La misión: ganar.
Foto DorisLos 11 elegidos frente a frente, el balón inició su recorrido para determinar al final de la batalla quién sería el ganador. El jugador número 12, horas antes del comienzo, se preparó para darle la inyección extra de energía a los dueños de casa e intentar doblegar las piernas de la visita.
Mientras los jugadores con sus habilidades futbolísticas defenderían en cancha el sagrado recinto futbolístico, la otra parte del equipo se armó con lanzallamas caseros, papelitos, bengalas y una variedad de cantos para hacer lo propio.
Al ritmo de las consignas y bajo el calor de las llamas se siguió con atención los acontecimientos dentro del rectángulo verde. Las faltas en contra no existían y las que favorecían y no eran pitadas formaban parte de la incapacidad del árbitro para dirigir el juego, los llamados de atención a su madre eran habituales.
Las expresiones de impotencia por la falta de acierto de los arietes rojos o alivio por las fallas rivales eran acompañadas con un sorbo de refrescante bebida rubia o una bocanada de humo. El dominio local durante los primeros 45, que no producía goles, aumentaba el nerviosismo y fomentaba los canticos, en una especie de ritual shamánico para exorcizar los fantasmas de la eliminación.
Cuando el juego no salía del círculo central o el equipo bogotano se dedicaba a circular el balón entre sus defensas, consientes que el empate los clasificaba, y el efecto de los cantos parecía ser nulo, aparte de refrescar la garanta, uno podía observar perlas futbolísticas, fuera de la grama. Eso sí, con una rápida mirada furtiva para no ser atrapado por la censora.
Y, después con otros ojos se observaba el juego y como por arte de magia, los locales arremetían contra la defensa del Santa Fe y parecía que las redes serían inauguradas por la redonda, pero nada ocurría, todo era una exageración propia de las ganas de ver ganar a los de casa.
Terminaron los 45 iníciales y la urgencia por abrir el marcador aumentaba, ahora el reloj era una aliado de los rivales. Cada vez los jugadores y fanáticos de los Rojos del Ávila sentían el aumento de la presión.
Aquellos que no pateaban el balón o tobillos, según fuera el caso, tenían una importante misión durante el entretiempo: cambiar el agua y recargar con rubias espumosas. Bueno, también echar un ojo para ver otras exhibiciones a la naturaleza del juego: la belleza.
Entre la cola del baño, los despachadores, caminar con tres cervezas en la mano y esquivar a otros se perdieron los primeros siete minutos de la etapa de complemento. Ya era el momento de la defensa del honor casero.
Los gritos igualaron el estruendo inicial, la barra estaba decidida a dejar la garganta, las palmas, los brazos y el alma para lograr la victoria. Sin embargo, la dinámica del juego no cambió mucho, la copia roja de la hermana república siguió circulando el balón y esperando poder definir el careo en un doloroso contra golpe.
Los auténticos rojos intentaron buscar el resultado clasificatorio, eso sí con más ganas que técnica.
Así fue transcurriendo los minutos, los cantos mantenía la fuerza pero las pausas entre canto y canto aumentaban, eso espacios poco rítmicos en lo que no se articulaban cantos eran sustituidos por murmullos interrogativos de ¿cuánto falta? ¿En qué minutos vamos? ¿Cuánto dará de alargue?
El Caracas falto de ideas no podía resolver la situación planteada por la oncena contraria, cada envío de los de El Ávila regresaba sin la noticia del gol. Y, de esa forma el reloj se fue consumiendo y la esperanza del gol salvador se agotaba.
Los cantos cambiaron, ahora tenían más un sentimiento de esperanza sobre la esperanza, una especie de plegaria para dar cabida a la acción que torciera la historia. Pero, eso que tanto se esperaba, no llegaba.
El juego quedó sin goles para ambos bandos y aquello que se esperaba no llegó. Sin embargo, se le rindió tributo a los once, se les reconoció el esfuerzo y las ganas que pusieron para avanzar. Entre aplausos y un agotado Dale, dale, dale rojo los once y el doce se marcharon. A la espera de otra oportunidad para alcanzar la gloria.
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