Lo bueno: lo espectacular de los paisajes que ofrece Puerto Ayacucho. Desde el inmenso Orinoco con sus hermosas islas y playas —muy disminuido por el verano más seco y caliente en 23 años, pero igual de hermoso—, rocas milenarias que hablan un lenguaje que solo los indígenas pueden entender, sumergirse en las aguas del río más caudoloso del país viendo toninas es extraordinario, los tonos morados que produce el atardecer en el agua cuando el sol se apaga es sublime o bañarse en frías corrientes que contrastan con el calor reinante. Eso es una breve, y escueta, descripción de lo que ofrece la capital de Amazonas. Por otra parte, la calidez de un hogar, que apesar del cansancio laboral y los voluminoso del grupo de visitantes, es capaz de abrir sus puertas y corazones con extraordianaria calidad humana, también fue una grata experiencia. En esa onda de relaciones humanas, la oportunidad de compartir con 22 personas, que hasta cierto punto, fue agradable.
Lo malo: sobre ese último punto es importante destacar lo complicado que fue complacer a todo los participantes. La existencia de variados conflictos fue la nota distintiva, situaciones que evolucionaron desde quien colocó plata o no para la compra de refrescos a si alguien no pago la curiara o se cogió ese dinero. Estos incidentes fueron minando la convivencia y en algún punto hizo muy espeso el ambiente, sobre todo, durante esos recesos de ruido o actividades y originó algunos estallidos de rabia e impotencia entre los asistentes.
Lo feo: para una pareja, que ha recorrido bastante kilómetros de viaje, este ha sido el peor que hemos tenido. El estrés que le originó a ella ser la coanfitriona y velar por el disfrute de tod@s, además, de ser el vehículo que transmitía las indicaciones de los guías la colocó en una situación de minusvalía para el pleno goce y distracción de las vacaciones. Por mi parte, dos noches de exceso etílico que me borraron del mapa y algunas infortunadas respuestas y actitudes complicaron aún más el panorama. En vista de lo anterior el saldo como pareja fue rojo.
El balance global de los carnavales lo puedo resumir en: la íncreible oportunidad de conocer unos maravillosos paisajes y de gozar del cariño de parte de personas super especiales y, por el otro, un viaje largo en materia de distancia recorrida pero muy corto en compañía de mi pareja. En definitiva me dejó un sabor agridulce.
Comentario final
Fuera del contexto propio del viaje a Puerto, destaco como excelente que este año fue mejor que el anterior, en los carnavales pasados perdí mi cámara durante un robo, lo cual dejó un saldo bastante amargo y, por algunos meses, me apartó de mi pasión por la fotografía. Además, de vivir por varios minutos, que parecieron horas, la experiencia de ser secuestrados y estar, tanto yo como mi pareja, en manos de otros.
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