Arenas blancas, aguas cristalinas y cielo azul son parte de un lugar de ensueño, si agregamos las esculturas vivientes de tres mujeres impactantes, cualquiera pudiera pensar que se describe el paraíso u otro sitio nada terrenal. Sin embargo, esa belleza palidece con las entrañas de una pesadilla que hasta ese momento era ajena a mi mundo.
Mientras paseaba por ese micro mundo perfecto en una Tomahawk a toda velocidad, literalmente volando, todo a mí alrededor pasaba como las hojas de una revista. Sin poder percibir nada más que aquello que dejaba una impresión en mi tacto y lo poco que se detenía en mi retina, o lo mucho.
Esa primera parte del viaje me topé con Triana, que se paseaba por las sábanas con pícara inocencia y mirada esquiva. Verla era desearla, aunque estaba en otro plano. Otra realidad que era imposible de penetrar. Eso en una mirada fortuita que me recordaba que hay distintas realidades y esa no era la mía, aunque en la que me toca me siento contento.
Otra vez continué el viaje, sin pretensiones y sin saber que encontraría. Mi sorpresa la segunda escultura viviente, era Dagmar. Pequeña pero voluptuosa, la trigueña posaba entre botellas vacías y llenas de distintos vinos. Pero la catadora, que parecía más cercana y simpática que Triana, guardaba la misma frialdad en la sonrisa y con posturas estudiadas fingía la calidez y encanto que no tenía.
Otra vez, cual deja vú o flashback, mis pensamientos tallaron en mi mente mirada fortuita que me recordaba que hay distintas realidades y esa no era la mía, aunque en la que me toca, me siento contento.
Me detuve después de recorrer varios kilómetros, tomé unos sorbos de ron aniversario para quitarme de encima el cansancio. Al parecer obtuve un efecto alucinógeno, una tercera Venus aparecía tapada con mínimas prendas negras, acostada y con mirada lasciva transmitía un mensaje muy claro. Sin embargo, esta vez escupí al horizonte un trago de generoso de ron y sin mucho discernimiento me largué de ahí, dejando aquella fantasmal aparición atrás.
Sin darme cuenta me acercaba al abismo. En una curva, con el motor exprimiendo revoluciones, salí de la carretera. Del viento en la cara, tratando de frenar mi vertiginoso viaje, pasé a la oscuridad total. Cuánto tiempo estuve así, no tengo idea.
El nombre de Diego García era lo único que escuchaba, miraba a todos lados buscando luz, no sabía si mi estado era dormido, despierto o muerto. Creo que más vale hubiese sido el último. Pasos sincronizados se acercaban y los latidos del corazón se aceleraban. Ruidos metálicos se clavaban en mi piel, no entendía nada. Pero algo era cierto, el miedo se había mimetizado en mi ser.
Diego García era una exclamación ahogada de dolor, incomprensión y olvido. El frío del suelo —¿o será del techo?— me talaba los hueso y el alma. Peor era cuando el agua sustituía al aire o la comida era sustituida con mierda.
Diego García maldito seas, no te conozco pero te odio, aborrezco y quisiera destruir. Diego García me succionaba el alma, la piel, los huesos, los órganos, hasta los pensamientos se los robaba. Angustia y desesperación cuando aquel espacio negro e infinito, se redujo al punto de apretar lo poco que quedaba de mí hasta la asfixia.
Sentía que era ciego de toda la vida, se me estaban olvidando los colores, las formas, me estaba olvidando de mí. Solo mis oídos crecían con el paso del tiempo y comencé a escuchar que no estaba solo. No, había otros padeciendo como yo.
¿Quién eres Diego García? ¿Por qué yo? ¿Qué poder tienes para robar la vida de las personas? Eran las preguntas que, ahora, acompañaban el dolor físico y espiritual. Atrás quedaron las Venus, la moto, los placeres, la vida. Todo quedó atrás.
Otra vez, el agua entraba en mis pulmones. Otra vez, los tubos metálicos hacían clic en mi sien. Otra vez, ese espacio infinito se reducía. Otra vez, las heces me alimentaban. Cada vez deseaba que todo terminara, pero continuaba.
A veces sueños febriles me hacían compartir fantasías con las tres Venus. Yo tocaba lo que no podía y ellas lo que no querían, pero aún en sueños los dolores me perturbaban. Hasta que inclusive en sueños Diego García me mataba lentamente.
Un día desperté. La luz me lastimaba los ojos y vi como todo era producción independiente de mi imaginación. No había estado en una moto, no había visto mujeres de carne y hueso y lo más importante no había estado en la Isla Diego García. Me acompañaba una botella vacía de ron y la edición de junio de 2009 de Playboy Venezuela.
¿Qué es la isla Diego García?
En el atolón del Océano Índico se ubica un centro de detención “secreto” de EE.UU que sirve para obtener información de peligrosos terroristas, del cual el Reino Unido y la Unión Europa tienen conocimiento, pero descaradamente omiten de sus políticas humanitarias y respeto de los DDHH.
El artículo realizado por Cristina Cabello señala “nació para ser un oasis y se convirtió en el infierno (…) dos mil habitantes fueron desplazados para poner en funcionamiento esta base militar que esconde horrorosos secretos”. La autora finaliza ese paseo del horror con un fragmento de un poema de Kavafis:
Como cuerpos bellos de muertos que no han envejecido/
Y los encerraron con lágrimas, en una tumba espléndida/
Con rosas en la cabeza y en los pies jazmines.
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