En 2010, tuve la oportunidad de integrar un novedoso proyecto que buscaba (mejor dicho busca) transformar al modelo policial vigente en el país, cambiar el sistema de educación universitaria y por último, pero no menos importante, refundar las prácticas de seguridad ciudadana. Una tarea urgente pero descomunal por las implicaciones que conlleva.
Al momento de abordar la iniciativa desconocía por completo esos objetivos, sin embargo, más allá de evaluar los alcances y logros del proyecto expresaré mi experiencia de dos años y tantos meses como integrante de la iniciativa.
El comienzo no fue fácil, venía de una organización de DD.HH bastante crítica a la gestión gubernamental y, en lo personal, no estaba muy convencido de los proyectos adelantados por este gobierno, en pocas palabras me sentía como cucaracha en baile de gallina. En palabras de una ex compañera de trabajo tardé más de un mes en articular conversación con mis nuevos compañeros de trabajo y ella pensaba que saldría como corcho de limonada.
Pasado el tiempo me fui adaptando a mi nuevo espacio vital y la buena vibra que se respiraba me fue envolviendo y las resistencias iniciales o precauciones fueron cambiadas por tertulias de diverso índole, tomadera de caña, chalequeo a tres tablas y extensas jornadas de trabajo. Después de la adaptación se empezaron a develar las contradicciones internas de ese jovial y alternativo espacio laboral (ojo me refiero a lo interno de la oficina)
Privilegios, desorden, rencillas internas fueron apareciendo, mejor dicho me di cuenta, en aquel espacio, sin embargo, más allá de eso el trabajo que se hacía tenía una alta factura (y la sigue teniendo) y existía un equilibrio que ayudaba a no pararle mucho a lo que ocurría. Es decir era soportable.
En esa tónica el primer año corrió, con una carga de trabajo nada suave y siendo parte de aquello que en otros veía con malos ojos. Ahí radica mi primer error acomodarme a la situación por ser uno de los privilegiados, cometí el pecado de omisión, para explicarlos en términos católicos, y era de pinga. Negarlo sería hipócrita de mi parte.
Después de reventarme el culo (fuera de chinazo), la espalda y todas las partes del cuerpo que colocaba en acción, mi esfuerzo se vio recompensado: me propusieron una coordinación. Era una salto cualitativo en lo profesional y lo personal. Aquí tengo que dar un agradecimiento infinito a la persona que vio algo en mí y que le permitió realizar la apuesta. Nunca tendré palabras suficientes para expresar mi agradecimiento a ella.
Sin embargo, no tuve las bolas suficientes para tomar en cartas en el asunto y corregir desde mi nueva posición situaciones que eran injustas. Creo que hubiese podido hacer algo distinto y tratar de colocar las reglas del juego mucho más claras, pero me cagué, debo admitirlo. Error repetido, me quedé callado.
Después vinieron los tormentosos cambios en la dirección. Un tipo que vivía en la nebulosa y fue más efímero que Pedro y por lo tanto no merece muchas líneas de explicación y por último una directora que combina la belleza física con la letalidad de una serpiente.
Producto de una escuela burocrática y vertical con sutileza fue imponiendo su estilo curtido en mil batallas. De manera torpe y poco inteligente hice frente a lo que me pareció un abuso y ante el último episodio, otra vez, las bolas se fueron de paseo y no alcé mi voz de manera fuerte y decidida.
En la última oportunidad para redimirme por todas las veces anteriores en que la voz me falló y la voluntad se tomó un receso, el resultado fue el mismo. Otra vez perdí la oportunidad para mostrar ese liderazgo que tenía e intentar cambiar la situación.
Víctima de mis errores me pedirán el cargo. Estoy consciente de mis desaciertos y los fallas cometidas durante este año y medio de gestión como coordinador, realmente la bronca que cargo es no haber aprovechado esa última oportunidad para hacer la diferencia, eso es lo que me da profunda arrechera.
Un duro aprendizaje, que como dijo la máxima autoridad del proyecto, “las convicciones no se negocian”, ojala tenga otra oportunidad para no negociar y que mi voz no se apague ante las comodidades y el miedo.
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