Para la osa
En el aforismo 124 (CXXIV) del libro cuarto de la Gaya Ciencia, el autor, plantea la idea de la muerte de Dios. En ese pasaje, El Loco en plena plaza pública y armado con una lámpara encendida pregunta por el paradero de alguien: él estaba buscando a Dios. El escritor narra que la reacción de la gente fue de burla, un eco de risas.
El Loco encaró a su público, les clavó la mirada y preguntó ¿Sabes dónde está Dios? La respuesta es tajante: le hemos muerto, más adelante en el aforismo agrega ¡Dios ha muerto!¡Dios permanece muerto!¡Y nosotros le dimos muerte! Obviamente no hubo más risas. Este profeta continuó su interrogatorio: pero ¿cómo hemos podido hacerlo?¿Cómo pudimos vaciar el mar? y lo más importante ¡Cómo consolarnos asesinos entre los asesinos!
Entre ayer y hoy esa idea me ha dado vueltas por la cabeza, sintiendo ese peso por el hecho de hacer algo tan grande y terrible. No estoy hablando de una mera reflexión filosófica sobre la manera de Friedrich Nietzsche de pregonar la muerte de los absolutos, estoy hablando más bien del hecho de sentir que el cuchillo está manchado en sangre y gotea por la mano del sacrificio de algo tan grande ¿cómo se puede hacer? y de la forma tan salvaje con la que fue ejecutado.
Ayer, levanté el cuchillo y me di cuenta de lo que había hecho, muy tarde fue. Ya no hay vuelta atrás. Lo hermoso y bello cayó en desgracia, ese templo de 12 piedras se convirtió en un sepulcro de 12 cuchillos. Ahí deberá quedar eso para evitar más daño. Ahí quedará para evitar más lesiones, más llanto, más dolor.
Escribiendo esto me siento como el protagonista de El Túnel, claro, todo en sentido figurado, todo de manera metafórica, todo en forma de realidad virtual. Eso si, todo menos el dolor de lo que ocurrió ese día y el horrible rostro de esa lado que no conocías, desconocías y te mostró de una forma horrible las dos partes de la realidad.
La cara de la bestia se mostró y mordió duro, ahí donde sabía que la herida sería profunda y dolorosa. Y de la cual no habría recuperación posible.
No me quedará otra que seguir caminando y, por enésima vez, pedir perdón. Espero algún día eso pueda llegar. Te deseo lo mejor y más grande de la vida para ti y que este episodio tan desagradable pueda ser superado pronto.
Un fortísimo abrazo para ti... y que Dios te bendiga
En el aforismo 124 (CXXIV) del libro cuarto de la Gaya Ciencia, el autor, plantea la idea de la muerte de Dios. En ese pasaje, El Loco en plena plaza pública y armado con una lámpara encendida pregunta por el paradero de alguien: él estaba buscando a Dios. El escritor narra que la reacción de la gente fue de burla, un eco de risas.
El Loco encaró a su público, les clavó la mirada y preguntó ¿Sabes dónde está Dios? La respuesta es tajante: le hemos muerto, más adelante en el aforismo agrega ¡Dios ha muerto!¡Dios permanece muerto!¡Y nosotros le dimos muerte! Obviamente no hubo más risas. Este profeta continuó su interrogatorio: pero ¿cómo hemos podido hacerlo?¿Cómo pudimos vaciar el mar? y lo más importante ¡Cómo consolarnos asesinos entre los asesinos!
Entre ayer y hoy esa idea me ha dado vueltas por la cabeza, sintiendo ese peso por el hecho de hacer algo tan grande y terrible. No estoy hablando de una mera reflexión filosófica sobre la manera de Friedrich Nietzsche de pregonar la muerte de los absolutos, estoy hablando más bien del hecho de sentir que el cuchillo está manchado en sangre y gotea por la mano del sacrificio de algo tan grande ¿cómo se puede hacer? y de la forma tan salvaje con la que fue ejecutado.
Ayer, levanté el cuchillo y me di cuenta de lo que había hecho, muy tarde fue. Ya no hay vuelta atrás. Lo hermoso y bello cayó en desgracia, ese templo de 12 piedras se convirtió en un sepulcro de 12 cuchillos. Ahí deberá quedar eso para evitar más daño. Ahí quedará para evitar más lesiones, más llanto, más dolor.
Escribiendo esto me siento como el protagonista de El Túnel, claro, todo en sentido figurado, todo de manera metafórica, todo en forma de realidad virtual. Eso si, todo menos el dolor de lo que ocurrió ese día y el horrible rostro de esa lado que no conocías, desconocías y te mostró de una forma horrible las dos partes de la realidad.
La cara de la bestia se mostró y mordió duro, ahí donde sabía que la herida sería profunda y dolorosa. Y de la cual no habría recuperación posible.
No me quedará otra que seguir caminando y, por enésima vez, pedir perdón. Espero algún día eso pueda llegar. Te deseo lo mejor y más grande de la vida para ti y que este episodio tan desagradable pueda ser superado pronto.
Un fortísimo abrazo para ti... y que Dios te bendiga
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