Te lo había dicho en muchas oportunidades: de buenas maneras y las no tan buenas. Sin embargo, era parte de tu naturaleza. Te gustaba. Era tu manera de gritar quiero ser libre, el precio era muy alto, pero sentir la adrenalina valía la pena.
Tu manera de ser, aquella que iba entre la ternura y la agresividad, la inactividad e hiperactividad formaba parte de tu encanto. Eso era lo que te hacía ser lo que eras.
Esa noche, cansado de advertirte me hice la vista gorda. Me dije “él ya sabe lo peligroso de eso, pero nunca le pasa nada” No hubo nada más, solo un imperceptible ruido y la advertencia de uno de los presentes.
Confusión y esperanzas en partes iguales para intentar alejar voces lúgubres o asimilar lo peor. Te llamamos, salimos de nuestra burbuja para enfrentar lo que estaba pasando. Te llamamos y nada.
Un pequeño sonido confirmó lo que se había advertido, pero nadie hizo para evitar. Bajamos en dos tandas, pero no tuve fuerza para ver tu último acto de rebeldía. Tu acto de despedida.
Ya no llenarás el apartamento de tu energía, a veces insoportable, a veces reconfortante. Ya no darás los buenos días o ya no darás las buenas noches. No vigilarás la cocina para espantar los visitantes indeseados o ver qué había en el menú.
Ya no pelearemos por tu hiperactividad y no habrá más “chivitas”, esas que te calmaban en tus momentos de alteración. No habrá excusas para cerrar las ventanas o las puertas de los cuartos. No estarás para hacer la diferencia.
Loquito dejaste un hueco en nuestras vidas. En la mía. Únicamente quedará tu recuerdo paseando por el apartamento. Te quise, te odié. Era deshojar la margarita de las emociones, que lamentablemente por cosas del destino, una mezcla de irresponsabilidad mía, irresponsabilidad de nosotros y tu atolondra manera de ser, la última hoja de la flor fue arrancada con mucho dolor.
Ay loquito, ay mi Yugo espero me puedas perdonar y tengas todas esas cosas que no te supimos, no supe darte.
Adiós loquito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario